El 22 de julio de 1972, Francisco José Presedo Velo y su equipo descubren en el Cerro del Santuario
(Baza, Granada), un enterramiento de época íbera (siglo IV a.C.). En su interior una escultura femenina
labrada en piedra caliza y policromada por los bastetanos. Una figura de casi 1000 kg sentada sobre un
trono con brazos y alas alabeadas como prolongación del respaldo y que además mantenía íntegra su
policromía. Según palabras del propio Presedo “La tumba es de un guerrero, por el testimonio de las
armas; la estatua que sirve de urna es femenina, una divinidad protectora del difunto más allá de la
muerte”. La fosa es una cámara de 2,6 metros de lado y 1,8 metros de profundidad excavada en el
terreno, con las esquinas redondeadas.
4 ánforas de cerámica, platos a torno, cuatro urnas y varias decenas de armas, placas de hierro,
empuñaduras, puntas, anillas, etc. Sin duda la tumba de un gran guerrero.
Desde finales de 1880 los arqueólogos veían en otra tumba, la del Guerrero Birka descubierto en 1878,
el ideal de tumba de un guerrero vikingo. Una tumba con espadas, puntas de flecha, lanza y dos caballos
sacrificados. El asentamiento de Birka fue fundado en el año 750 y permaneció con más de 1000
habitantes durante casi 200 años hasta que fue reubicado.
Tanto en un caso como en el otro la comunidad científica se equivocaba y no eran enterramientos de
hombres guerreros sino de mujeres. Se ha necesitado de una verdadera revolución en la interpretación
arqueológica para que esto no se asuma por ciertas algunas interpretaciones.
Las demostraciones de que en las tumbas había mujeres no fueron sencillas. En ambos casos se tuvieron
que enfrentar a los paradigmas del momento para demostrar lo que era evidente. La única prueba a
favor de los “guerreros” era la idea de rol de género que tenían los arqueólogos del momento. No
podemos olvidar que la ciencia de cada momento es víctima de su tiempo y de su contexto histórico, no
es atemporal. No es casualidad que justo cuando más mujeres hay en arqueología es cuando aparecen
estas interpretaciones alternativas a los paradigmas establecidos.
Las evidencias a favor de que eran Guerreras llevaba análisis antropológicos, análisis de ADN y la
atención a la propia tradición vikinga que hablaba de la presencia de mujeres guerreras.
Además, ¿quién ha decidido que la actividad más importante de una sociedad es la caza o la guerra?,
¿Acaso las actividades más esenciales y normales no son el mantenimiento del hogar, las crías y el
cuidado de los congéneres?, ¿acaso no hay innovación y tecnología en la selección de plantas, la
recogida de alimento y su transformación y almacenaje?, deberían ser actividades cotidianas tenidas en
cuenta para contar la historia de nuestro pasado.
De alguna forma conocer este tipo de historia me recuerda a las tesis de Kuhn en las que una ciencia
normal subordinada a ciertos paradigmas encorseta las interpretaciones y las evidencias encontradas
en contra de interpretaciones libres. El enfrentamiento de quienes apuestan por nuevas interpretaciones
frente a la comunidad científica establecida. Es posible que este tipo de cosas sucedan porque la
comunidad científica vive de forma independiente a la sociedad, una sociedad que cambia, madura y se
modifica.
Nadie duda de que la investigación debe tener independencia en sus criterios, decidir hacia dónde se
dirigen los recursos y plantear los procesos de acceso a la investigación. Sin embargo esa independencia
debe ser conversada con la sociedad.
https://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=403327
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